lunes, 26 de enero de 2009

José Manuel Jurado y un Atleti sin él


Igual se pensaban que yo era la típica periodista partidista y ventajista que estaba esperando a que José Manuel Jurado hiciese un gran partido para lamentarme de su ausencia en nuestro centro del campo. ¿Sí? Pues han acertado.

Hoy Jurado acapara los titulares de la crónica de la victoria del Mallorca sobre un Valencia contra el que el Atleti no ha podido. Firmó dos goles, uno de ellos de esos que si lo marca Robben o Messi lo estaríamos viendo hasta el día del juicio final, y propició el otro al forzar un penalti que transformó Martí.

Mientras, el Atleti sacaba un empate en Málaga mostrando las mismas carencias (por no decir vergüenzas) de las últimas jornadas. Nuestro equipo volvió a demostrar que le falta un “tío” en el centro del campo encargado de crear juego, de abrir el balón a las bandas, que no tenga miedo de avanzar unos metros con la pelota controlada y que regale asistencias a los dos de arriba, ayer completamente desconectados del resto del equipo. Y pudo ganar el Atleti si se hubiera transformado alguna de las ocasiones clarísimas con las que contó, si Maxi se hubiese dejado caer en el área tras un penalti "de libro", si hubiese entrado la última de Antonio López.

Dice mucha gente que José Manuel Jurado no es jugador para el Atleti, que precisamente un partido como el que hizo ayer demuestra que es un hombre para un Mallorca, un Racing o un Recreativo. Esto es lo que más me sorprende porque si una lee la pléyade de jugadores que han desfilado por nuestro equipo, se topa con nombres que no valen ni para el primera más modesto.

¿Acaso creen que Jurado aportaría menos en nuestro equipo que Maniche?, ¿le ven menos dotado que Banega?, ¿sospechan que está en peor forma que Raúl García?
Otros nunca le perdonaron al chaval gaditano que recalase en la cantera blanca antes de llegar al Atleti a través de una de esas “operaciones” a las que nos tienen acostumbrado las mentes pensantes de nuestro equipo.

Sin embargo, Jurado ha dado muestras sobradas de ser un jugador que sabe estar. Raramente tarjeteado, celebrando los goles de sus compañeros como los propios, nunca levantando la voz ante sus numerosas suplencias, nunca reclamando más continuidad en su juego o una posición distinta en la que se encontraba más a gusto, marchándose del Atleti sin esbozar un sólo reproche...

Ayer mismo José Ramón de la Morena le entrevistaba en El Larguero y le preguntaba por su paso por el Atlético de Madrid y su falta de respuesta a las expectativas creadas cuando militaba en el Castilla. Era quizás la noche para reivindicarse después de lo demostrado en Son Moix. Pues no, nuevamente no buscó excusas en terceros que justificasen su situación y se dispuso a mirar adelante confiando en que la suerte, hasta ahora esquiva, le acompañe en el futuro más inmediato.

No se preocupen que al próximo año aplaudiremos a José Antonio Reyes cuando se acerque al Fondo Norte a sacar un corner. Quique Flores no cuenta con él y ayer dejaba claro en El Marca que ha vuelto a las andadas y que no es el mismo de principios de temporada. Nos venderán al utrerano, eso sí, rehabilitado y besándose el escudo, como la solución a nuestros problemas. Mientras, leeremos nuevas crónicas con titulares elogiosos para ese chico tímido de Cádiz, que como tantos otros, no pudo triunfar en nuestro equipo. El mundo al revés.

martes, 13 de enero de 2009

Opiniones, sentimientos y el nuevo Atleti



Me gusta pasarme a diario por el foro de opinión atlética de Señales de Humo. Allí encuentro, a gente que sabe mucho de fútbol y futbolistas, capaces de debatir durante cuatro páginas las ventajas e inconvenientes de un determinado sistema de juego o las cualidades de un chaval de la cantera al que siguen en el Cerro del Espino.

Y lees textos excelentes firmados por un tal Panadero Díaz o Pereira o Leivinha o Mendoza o Kiko o Futre. Pseudónimos (nicks, como se dice ahora) de viejas glorias atléticas bajo los que se discuten con pasión las actuaciones de determinado jugador, el sistema de Javier Aguirre o las alineaciones elegidas para enfrentarse al equipo de turno.

Pero sobre todo me gusta estar en esa casa, porque encuentro a gente que se siente como yo. Ciclotímica, bipolar, vehemente... en la victoria y en la derrota. Gente que reacciona y se expresa tal y como yo me siento cuando encadenamos quince partidos sin perder o cuando se da una pésima imagen, como la de los últimos tres partidos.

Y una que se encuentra, ya saben ustedes, en pleno proceso de desarraigo con la afición atlética, que no entiende ni que el fondo sur bote con una tonadilla alegre cuando perdemos 1 a 3 con el Athletic, ni que el resto del campo grite enfurecido el “Aguirre, vete ya” y no dediquen uno sólo de sus pitos a los verdaderos causantes de tanto desatino, pues me siento identificada con las cosas que allí se dicen, (se postean, se dice ahora) pero sobre todo con las sensaciones que genera nuestro equipo.

La pasada semana tras la casi segura eliminación de la copa del Rey alguien escribió un mensaje (topic, se dice ahora) titulado “no aguanto más”. Se trataba de una reflexión, probablemente en caliente, sobre las repercusiones de los 20 años de “gilismo” en su estado de ánimo, tras 25 años como abonado y mirándose en el espejo de su hijo que por primera vez no había querido ir al fútbol.


“Pero de camino al campo, solo una vez más entre tantos extraños con bufanda del que era mi equipo, me invadió una tristeza infinita, estaba pensando en dejarlo todo, en dejar el equipo de mi abuelo, del que fue socio, todavía conservo su carnet, el equipo de mi padre, del que fue socio, ya no va al campo, el equipo de mi hermano fallecido del que fue socio, el único equipo que he tenido en toda mi vida. La única razón que me mantenía atado a este equipo sucedáneo se había esfumado. A finales de año no renovaré mi abono, ni el de mis hijos, después de tantas generaciones de atléticos han conseguido separarnos de esta pasión, les podría perdonar todo el daño económico y social que han hecho al club, pero esto es un ataque directo a mi familia y nunca se lo podré perdonar.”

Me impresionó profundamente el mensaje de esta persona (forista, se dice ahora) y las reacciones en cadena que provocó, de unos relatando también su desánimo y cansancio, su sensación de pérdida y de lucha injusta, mientras que otros reflejaban su rechazo a las nuevas modas que pueblan nuestras gradas, a las consecuencias del fútbol moderno que tanto nos alejan del deporte que amamos.

En medio de la amargura alguien apuntó que pese a todo esto, no podía pasar sin el Atleti. Les transcribo sus palabras de forma textual... “En mi caso, dejar mi abono, mi localidad, mi asistencia al Calderón partido tras partido, me produciría una muerte en vida. Me convertiría en una especie de zombi. No, pese a que el club y la afición del Atleti del siglo XXI ya no se parecen a los que yo conocí de pequeño, no podría hacerlo. No sé cómo explicarlo, pero este club, esta camiseta rojiblanca y este escudo han marcado tanto mi vida que sería prácticamente imposible para mí dejarlo a un lado.”

Y poco a poco, algunos fueron contando qué les llevaba al Calderón cada domingo. Los que vivían lejos y hacían un esfuerzo, los que provenían de una tercera generación de atléticos, o en los que ese sentimiento había nacido de forma espontánea, incluso en la más absoluta soledad. Y es en ese momento cuando me sentí tan terriblemente identificada con ese grupo de gente que conseguía en un margen muy pequeño de tiempo transformar su hastío en esperanza, su cansancio en ilusión.

Muchos de nosotros, los que lo tuvimos fácil porque en nuestra familia eran rojiblancas hasta las sábanas y mamamos el sentimiento desde la cuna, conocimos a un Atleti capaz de lo mejor. Perdía partidos, claro, pero tenía la garra y el coraje para enfrentarse ante el más grande y plantarle batalla. Ese Atleti mañana saldría al Nou Camp a llevarse la eliminatoria.

Yo le pido a este otro Atleti que no deje que el niño que no quiso ir al fútbol, el hijo de un forero llamado “Luiqui”, no tenga abono la próxima temporada. Que ese niño no crezca sin conocer a ese equipo, que nos hizo diferentes y, en ocasiones, tan felices.

miércoles, 7 de enero de 2009

Ti-ti-ti-ritando


Los días de Reyes ya no son como los de antes. Que sí, que me apetece mucho leer el último de Murakami y el “Grown up wrong” de los Real Kids tiene una pinta estupenda, pero no es eso.

Me tienen que reconocer que no es lo mismo ir a la tienda, pagar tus regalos, envolverlos y colocártelos en la zapatilla que cuando era Melchor el que te sorprendía, aunque no acertase tanto.

Con el Atleti pasa un poco lo mismo. Quieres poner la misma cara de sorpresa que cuando ves tus regalos junto al árbol pero en el fondo es tan previsible como lo que vas a encontrar debajo de los papeles de colores.

En una tarde noche como la de ayer, pero de aquellos años en los que otros eran los encargados de mantener tu ilusión, si mi padre me hubiese llevado al fútbol, mi madre hubiese refunfuñado mucho y al final me hubiese puesto el pijama bajo la ropa, me hubiese preparado un termo con colacao y un bocadillo de tortilla y me hubiese despedido con un beso, ajustándome la bufanda de lana.

Ahora, que soy yo la que se despide con un beso cuando sale de casa para ir al fútbol, cada vez encuentro menos motivos para estar en esa gélida grada, sin pijama, sin colacao y sin bocadillo de tortilla.

Fútbol tampoco. Al menos por parte de los nuestros. Aunque no es plan de volver con la cantinela de siempre de que si Pernía no es Tomás, ni Maniche es Votava, ni nadie tiene ya los huevos de Arteche o el orgullo de Marina.

Ni la indolencia frente al Valencia, ni la impotencia frente al Barcelona, ni la pésima imagen que da este equipo en el que cuesta tanto reconocerse. Ni siquiera el resto de aficionados con un comportamiento impropio de esta hinchada. Y no lo digo por los aplausos a Messi – merecidísimos, por cierto- que tengo la suficiente edad para haber visto al Calderón en pie aplaudiendo a Kempes sin que nadie cuestionase su atleticismo.

El caso es que ayer me sorprendí un par de veces entre tiritonas preguntándome a mi misma qué estaba haciendo allí, qué me había empujado a dejar a mis hijas con sus juguetes nuevos y marcharme al Calderón a pasar frío y penalidades. ¿Y saben qué?, que cada vez tengo menos respuestas a esa pregunta y que aunque luego sufro amnesia y dos victorias y un empate me ponen como una moto, empiezo a cuestionarme si no ha llegado el momento de acabar con esta relación que me hace pasarlo tan mal.

Porque tengo claro que mientras sigan Cerezo y Gil Marín al frente de este equipo, podré poner cara de sorpresa, pero ya no me engañan con su timo recurrente y descarado. Que son ya muchos años escribiendo la carta en agosto pidiendo la bici nueva y descubriendo en enero que, un año más, te han traído un saco de carbón.